sábado, 22 de diciembre de 2018

32. ALEGRA E ILUMINA.


Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. Sal. 19: 8. 

Sólo tenemos algunas vislumbres con respecto a la inmensa amplitud de la ley de Dios . . . 

 Muchos de los que pretenden creer las verdades probatorias de estos últimos días actúan como si Dios no tomara nota de su indiferencia hacia los principios de su santa ley, y su manifiesta desobediencia de ellos. La ley es la expresión de su voluntad, y es por medio de la obediencia a esa ley como se propone aceptar a los hijos de los hombres como sus hijos e hijas . . . 

 Se ha hecho un sacrificio infinito para que la imagen moral de Dios pueda ser restaurada en el hombre, por medio de la obediencia voluntaria a todos los mandamientos de Dios. Nuestra salvación es sumamente grande, por que se ha hecho amplia provisión por medio de la justicia de Cristo para que seamos puros y cabales, y para que no carezcamos de nada . . . Si el hombre quiere guardar la ley de Dios por fe en Cristo, los tesoros del cielo estarán a su disposición.-RH 4-2-1890.

 Abrid los ojos de vuestro entendimiento; contemplad la hermosa armonía de las leyes de Dios en la naturaleza, y pasmaos, y reverenciad a vuestro Creador, el Gobernante supremo del cielo y la tierra. Contempladlo con el ojo de la fe inclinado sobre vosotros en amor . . . 

 Vuestra fe en Jesús os brindará fortaleza para el cumplimiento de cada propósito, y le dará consistencia a vuestro carácter. Toda vuestra felicidad, vuestra paz, vuestra alegría y vuestro éxito en esta vida dependen de una fe genuina y confiada en Dios. Esta fe os inspirará a obedecer de verdad los mandamientos de Dios. Vuestro conocimiento de Dios y fe en él es el más poderoso medio de apartamos de toda práctica mala, y es el motivo que inspira todo bien. Creed en Jesús como quien os perdona vuestros pecados, y desea que seáis felices en las mansiones que os ha ido a preparar. Desea que viváis en su presencia, para que tengáis vida.-YI 5-1-1887. 48 

31. FORTALEZA PARA LAS NACIONES.

 

Tu Dios ha ordenado tu fuerza; confirma, oh Dios, lo que has hecho para nosotros. Sal. 68: 28. 

Sus leyes [de Dios] no eran solamente para la nación judía. Se dio la ley moral antes de que el pueblo denominado judío viniera a la existencia. La ley de los Diez Mandamientos era de obligación universal. 

 Los ritos y los sacrificios fueron ideados para representar el gran sacrificio, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y que cumple los requerimientos de la justicia divina en lugar del transgresor. 

El Señor no quiere que su pueblo sea exclusivista. Los mensajeros delegados de Cristo han de proclamar el Evangelio de su gracia a todas las naciones, las lenguas y los pueblos. Debemos dar a conocer el hecho de que el gran Abogado está dando audiencia a todo el mundo. 

 La iglesia judía fue llamada como representante de Dios ante un mundo apóstata, y a fin de cumplir esta misión el pueblo judío debía mantener su propia existencia como nación distinta de todos los pueblos idólatras de la tierra. 

 Habían de mantenerse en el mundo conservando su carácter peculiar y santo. Habían de mantener su propia espiritualidad realizando lo que Adán y Eva dejaron de hacer: rendir obediencia a todos los mandamientos de Dios, y en su carácter representar la misericordia, la bondad, la compasión y el amor de Dios. 

 De este modo habían de estar por encima de todas las otras naciones en excelencia de carácter; para que por medio de un pueblo puro y obediente el Señor pudiera manifestar sus ricas bendiciones. De esta manera se exaltarían en todo el mundo los principios de las leyes que gobiernan su reino.-Carta 26, 1894. 47
HHD EGW   MHP

viernes, 21 de diciembre de 2018

30. ACUÉRDATE DEL SÁBADO... EX. 20:8VI


*Esta palabra no hace más importante al cuarto mandamiento que a los otros nueve.  Todos lo son igualmente. Quebrantar uno, es quebrantarlos todos (Sant. 2: 8-11). 

Pero el mandamiento del día de reposo nos recuerda que el séptimo día, el sábado, es el descanso señalado por Dios para el hombre, y que ese reposo se remonta hasta el mismo comienzo de la historia humana y es una parte inseparable de la semana de la creación (Gén. 2: 1-3; PP 348). 

Carece por completo de base el argumento de que el sábado fue dado al hombre por primera vez en el Sinaí. (Mar. 2: 27; PP 66, 67, 263). 
En un sentido personal, el sábado se presenta como un recordativo de que en medio de los afanes apremiantes de la vida no debiéramos olvidar a Dios.

 Entrar plenamente en el espíritu del sábado es hallar una valiosa ayuda para obedecer el resto del Decálogo.

 La atención especial y la dedicación dadas, en este día de descanso, a Dios y a las cosas de valor eterno, proveen un caudal de poder para obtener la victoria sobre los males contra los cuales se nos advierte en los otros mandamientos.

 El sábado ha sido bien comparado a un puente tendido a través de las agitadas aguas de la vida sobre el cual podemos pasar para llegar a la orilla opuesta, a un eslabón entre la tierra y el cielo, un símbolo del día eterno cuando los que sean leales a Dios se revestirán para siempre con el manto de la santidad y del gozo inmortales.

Debiéramos "recordar" también que el mero descanso del trabajo físico no constituye la observancia del sábado.  Nunca fue la intención que el sábado fuera un día de ociosidad e 616 inactividad. 

La observancia del sábado no consiste tanto en abstenerse de ciertas formas de actividad como en participar deliberadamente en otras.  Dejamos la rutina semanal del trabajo sólo como un medio para dedicar el día a otros propósitos. 

El espíritu de la verdadera observancia del sábado nos inducirá a aprovechar sus horas sagradas procurando comprender más perfectamente el carácter y la voluntad de Dios, a apreciar más plenamente su amor y misericordia y a cooperar más eficazmente con él ayudando a nuestros prójimos en sus necesidades espirituales.  Cualquier cosa que contribuya a esos propósitos primordiales es apropiada para el espíritu y la finalidad del sábado. Cualquier cosa que contribuya en primer lugar a la complacencia de los deseos personales de uno o a la prosecución de los intereses propios, es tan ajena a la verdadera observancia del sábado como un trabajo común. Este principio se aplica tanto a los pensamientos y a las palabras como a las acciones.

El sábado nos remonta a un mundo perfecto en el remoto pasado (Gén. 1: 31; 2: 1-3), y nos advierte que hay un tiempo cuando el Creador, otra vez, hará "nuevas todas las cosas" (Apoc. 21: 5). 

También es un recordativo de que Dios está listo para restaurar, dentro de nuestros corazones y de nuestras vidas, su propia imagen tal como era en el principio (Gén. 1: 26, 27). 

El que entra en el verdadero espíritu de la observancia del sábado se hace así idóneo para recibir el sello de Dios, que es el reconocimiento divino de que el carácter del Eterno está reflejado perfectamente en la vida del hombre (Eze. 20: 20).

 Una vez cada semana tenemos el feliz privilegio de olvidar todo lo que nos recuerde este mundo de pecado, y "acordarnos" de las cosas que nos acercan a Dios.  El sábado puede llegar a ser para nosotros un pequeño santuario en el desierto de este mundo, donde por un tiempo podemos estar libres de sus cuidados y podemos entrar, por así decirlo, en los gozos del cielo.  Si el descanso del sábado fue deseable para los seres sin pecado del paraíso (Gén. 2: 1-3), ¡cuánto más esencial lo es para los falibles mortales que se preparan para entrar de nuevo en esa bendita morada!  CBA  MHP