martes, 12 de noviembre de 2019

07. LA OPORTUNIDAD DE ELEGIR. (ADAN Y EVA) I. CONFLICTO Y VALOR (EGW).


Gén 2: 16, 17.
Más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; 
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. 
(Gén. 2: 17).
Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del pecado. . . Debían gozar de la comunión de Dios y de los santos ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era menester que su lealtad se pusiese a prueba.  En el mismo principio de la existencia del hombre se le puso freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó la caída de Satanás.  

El árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de la vida, en el centro del huerto, había de probar la obediencia, la fe y el amor de nuestros primeros padres.  Aunque se les permitía comer libremente del fruto de todo otro árbol del huerto, se les prohibía comer de éste, so pena de muerte.  También iban a estar expuestos a las tentaciones de Satanás; pero si soportaban con éxito la prueba, serían colocados finalmente fuera del alcance de su poder, para gozar del perpetuo favor de Dios. . .

Dios pudo haber creado al hombre incapaz de violar su ley; pudo haber detenido la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso el hombre hubiese sido, no un ente moral libre sino un mero autómata. Sin libre albedrío, su obediencia no habría sido voluntaria, sino forzada. No habría sido posible el desarrollo de su carácter. . . 

Hubiese sido indigno del hombre como ser inteligente, y hubiese dado base a las acusaciones de Satanás, de que el gobierno de Dios era arbitrario. Dios hizo al hombre recto; le dio nobles rasgos de carácter, sin inclinación hacia lo malo. Le dotó de elevadas cualidades intelectuales, y le presentó los más fuertes atractivos posibles para inducirle a ser constante en su lealtad. La obediencia, perfecta y perpetua, era la condición para la felicidad eterna.  Cumpliendo esta condición, tendría acceso al árbol de la vida. . .

Mientras permaneciesen fieles a la divina ley, su capacidad de saber, gozar y amar aumentarla continuamente. Constantemente obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos manantiales de felicidad, y obteniendo un concepto cada vez más claro del inconmensurable e infalible amor de Dios (Patriarcas y Profetas, págs. 29-31, 33). 14

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