En los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo. . . y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevo a todos. (Mat. 24: 38, 39).
El pecado del mundo de Noé fue la Intemperancia, y hoy el pecado de la intemperancia en el comer y beber es tan marcado que Dios no lo tolerará por siempre. . . El hombre lleva al exceso lo que es lícito, y su ser entero sufre el resultado de la violación de las leyes que el Señor ha establecido.
La intemperancia en el comer y beber está en aumento. Las mesas se colman con todas clases de alimentos para satisfacer el apetito sensual. El sufrimiento es el resultado lógico de este curso de acción. La fuerza vital del organismo no puede soportar la carga que se le coloca, y éste finalmente se arruina.
Dios. . . no realizará un milagro para contrarrestar [los efectos de] la perversa violación de las leyes de la salud y la vida. . . El hombre debiera estimarse a sí mismo por el precio que ha sido pagado por él. Cuando se valore a sí mismo en esta forma, no abusará a sabiendas de una sola de sus facultades físicas o mentales. Es un insulto al Dios del cielo de parte del hombre abusar de sus preciosas facultades colocándose bajo el dominio de agentes satánicos, embruteciéndose al permitirse aquello que es ruinoso para la salud, para la piedad y para la espiritualidad (Carta 73a, año 1896, págs. 12, 13).
Aunque la maldad del mundo era tan grande, el Señor dio a los hombres ciento veinte años de prueba durante los cuales, si lo deseaban, podían arrepentirse. Pero a pesar de la tolerancia de un Dios bueno y misericordioso, ellos no aprovecharon esa oportunidad. Durante un corto tiempo se sintieron aterrorizados, y tuvieron temor de vivir tan desenfrenadamente como lo habían hecho. Luego los hábitos depravados prevalecieron sobre el dominio propio. En proporción a la forma en que la gente resistía a la convicción, se oscurecía su entendimiento y se fortalecía su deseo de seguir un curso de acción impío. (Manuscrito 88, año 1897 págs. 1, 2).
Es necesario que comamos y bebamos para tener fuerza física para servir al Señor, pero cuando transformamos nuestro comer en glotonería, sin pensar en agradar a nuestro Padre celestial, comiendo aquello que agrada a nuestro gusto, estamos haciendo como en los días de Noé (Manuscrito 16, año 1895, pág. 5). 36
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