Y fueron todos los días que vivió Adán novecientos treinta años; y murió. (Gén. 5:5).
La vida de Adán estuvo llena de dolor, humillación y arrepentimiento continuo. Mientras enseñaba a sus hijos y nietos el temor del Señor, a menudo se sentía amargamente reprendido a causa del pecado que había traído tanta miseria a su posteridad. Cuando abandonó el hermoso Edén, el saber que debía morir lo llenaba de terror. Miraba a la muerte como a una temible calamidad. . . Se hacia a sí mismo los más amargos reproches por su primera gran transgresión. Suplicaba el perdón de Dios mediante el Sacrificio prometido. Había sentido profundamente la cólera de Dios a causa de su crimen cometido en el paraíso. Fue testigo de la corrupción general que finalmente obligó a Dios a destruir a los habitantes de la tierra mediante un diluvio.
Aunque al principio le pareció tan terrible la sentencia de muerte pronunciada sobre él por su Hacedor, después de haber vivido unos cientos de años, consideraba que era un acto de justicia y misericordia de parte de Dios poner fin de esa manera a una vida miserable. A medida que presenciaba las rápidas señales de decadencia en la caída de las hojas y el marchitarse de las flores, Adán se apenó más profundamente de lo que hoy se apenan los hombres que lloran a sus muertos.
La muerte de las flores no era una causa tan grande de dolor, porque eran más efímeras y endebles; pero cuando los altos y majestuosos árboles dejaron caer sus hojas, se vio frente a la disolución general de la hermosa naturaleza que Dios había creado para beneficio especial del hombre. A sus hijos y a sus nietos, hasta a novena generación, Adán describió las perfecciones de su hogar edénico y también la caída con sus espantosos resultados. . . Les declaró que el pecado sería castigado, en cualquier forma que existiera y les rogó que obedecieran a Dios, quien los trataría misericordiosamente si lo amaban y obedecían.
A Adán se le ordenó que enseñará a sus descendientes el temor del Señor y que mediante su ejemplo de humilde obediencia, los condujera a tener en alta estima las ofrendas que simbolizaban al Salvador venidero. Adán atesoró cuidadosamente lo que Dios le había revelado, y lo transmitió oralmente a sus hijos y a los hijos de sus hijos. De esta forma se preservó el conocimiento de Dios. (Signs of the Times, 6-2-1879). 23
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