Gén 4: 1-5.
Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante (Gén. 4: 4, 5).
Caín se presentó a Dios con murmuración e incredulidad en el corazón tocante al sacrificio prometido y a la necesidad de las ofrendas expiatorias. Su ofrenda no expresó arrepentimiento del pecado. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente el plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra de debilidad.
Prefirió depender de sí mismo. Se presentó confiando en sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el producto de su trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para conseguir la aprobación divina. Caín obedeció al construir el altar, obedeció al traer una ofrenda; pero rindió una obediencia sólo parcial. Omitió lo esencial, el reconocimiento de que necesitaba un Salvador. . .
Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos; el sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina intervención y, por lo tanto, no puede llevar al hombre al favor de Dios. Sólo por los méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. . .
Afirman algunos que la humanidad no necesita redención, sino desarrollo, y que ella puede refinarse, elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio.
La historia de Caín demuestra cuál será el resultado de esta teoría. Demuestra lo que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. "En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" Patriarcas y Profetas, págs. 59-61). 26
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