Gén 3: 14-17.
Y en efecto, pregunta ahora a las bestias, y ellas te enseñarán; a las aves de los cielos, y ellas te lo mostrarán; o habla a la tierra, y ella te enseñará; los peces del mar te lo declararán también. ¿Qué cosa de todas estas no entiende que la mano de Jehová la hizo? (Job 12: 7-9).
Aunque la tierra estaba marchitada por la maldición, la naturaleza debía seguir siendo el libro de texto del hombre. Ya no podía representar bondad solamente, porque el mal estaba presente en todas partes y arruinaba la tierra, el mar y el aire con su contacto contaminador...
En las flores mustias, y la caída de las hojas, Adán y su compañera vieron los primeros signos de decadencia. Fue presentada con vividez ante su mente la dura realidad de que todo lo viviente debía morir. Hasta el aire, del cual dependía su vida, llevaba los gérmenes de la muerte.
También se les recordaba de continuo la pérdida de su dominio. Adán había sido rey de los seres inferiores, y mientras permaneció fiel a Dios, toda la naturaleza reconoció su gobierno, pero cuando pecó, perdió su derecho al dominio. El espíritu de rebelión, al cual él mismo había dado entrada, se extendió a toda la creación animal...
Sin embargo, el hombre no fue abandonado a los resultados del mal que había escogido. En la sentencia pronunciada contra Satanás se insinuó la redención. . .
Esta sentencia pronunciada a oídos de nuestros primeros padres, fue para ellos una promesa. Antes que oyesen hablar de los espinos y cardos, del trabajo rudo y del dolor que les habían de tocar en suerte, o del polvo al cual debían volver, oyeron palabras que no podían dejar de infundirles esperanza.
Todo lo que se había perdido al ceder a las insinuaciones de Satanás se podía recuperar por medio de Cristo (La Educación, págs. 23, 24).
Después de la transgresión de Adán, Dios podría haber destruido cada pimpollo y cada flor, o podría haberles quitado su fragancia, tan agradable a los sentidos. En la tierra seca y echada a perder por la maldición, en zarzas, cardos, espinas, y en la cizaña podemos leer la ley de la condenación; pero en el color delicado y el perfume de las flores, podemos conocer que Dios aún nos ama, que su misericordia no ha sido quitada por completo de la tierra. (SDA Bible Commentary, tomo 1, pág. 1085). 20
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