Hech. 17:15-33; 18:1-4.
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa
alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. . . y ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder. (1 Cor. 2:2,4).
Había sido la costumbre de Pablo adoptar un
estilo retórico en su predicación. Era un hombre preparado para hablar ante
reyes, ante los hombres más grandes y doctos de Atenas y sus conocimientos
intelectuales eran a menudo de valor al preparar el camino para el Evangelio.
Trató de hacer esto en Atenas, enfrentando la
elocuencia con elocuencia, la filosofía con filosofía y la lógica con lógica,
pero no encontró el éxito que esperaba. Su perspicacia lo llevó a comprender
que necesitaba algo que estaba más allá de la sabiduría humana. . . Debía
recibir su poder de una fuente superior. A fin de convencer y convertir a los
pecadores, el Espíritu de Dios debía intervenir en su obra y santificar todo
proceso espiritual (SDA Bible Commentary, tomo 6, pág. 1084).
Para Pablo, la cruz era el único objeto de
supremo interés. Desde que fuera contenido en su carrera de persecución contra
los seguidores del crucificado Nazareno, no había cesado de gloriarse en la
cruz. . . Sabía por experiencia personal que una vez que un pecador contempla
el amor del Padre, como se lo ve en el sacrificio de su Hijo, y se entrega a la
influencia divina, se produce un cambio de corazón, y Cristo es desde entonces
todo en todo.
En ocasión de su conversión, Pablo se llenó de
un vehemente deseo de ayudar a sus semejantes a contemplar a Jesús de Nazaret
como el Hijo del Dios vivo, poderoso para transformar y salvar. Desde entonces
dedicó enteramente su vida al esfuerzo de pintar el amor y el poder del
Crucificado. . .
Los esfuerzos del apóstol no se limitaban a la
predicación pública; había muchos que no podrían ser alcanzados de esa manera.
. . Visitaba a los enfermos y tristes, consolaba a los afligidos y animaba a
los oprimidos. En todo lo que decía y hacía, magnificaba el nombre de Jesús. .
.
Pablo comprendía que su suficiencia no estaba en él, sino en la presencia del Espíritu Santo, cuya misericordiosa influencia llenaba su corazón. . . El yo estaba escondido; Cristo era revelado y ensalzado (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 199, 203, 204).
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVuPpX6vP-uxa30H1-0TyxIr
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