1 Juan 4:7-21.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. (1 Juan 4:10,11).
Después de la ascensión de Cristo, Juan se destaca como fiel y ardoroso obrero del maestro. . . El amor de Cristo que ardía en su corazón, le indujo a realizar una fervorosa e incansable labor en favor de sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia cristiana.
Cristo había mandado a los primeros discípulos que se amasen unos a otros como él los había amado. . . Después que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos salieron a proclamar al Salvador viviente, su único deseo era la salvación de las almas.
Se regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos. Eran compasivos, considerados, abnegados, dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la causa de la verdad. En su asociación diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. . .
PERO gradualmente sobrevino un cambio. Los creyentes comenzaron a buscar defectos en los demás. . . Perdieron de vista al Salvador y su amor. . . Comprendiendo Juan que el amor fraternal iba mermando en la iglesia, se esforzaba por convencer a los creyentes de la necesidad constante de ese amor. . .
El mayor peligro de la iglesia de Cristo no es la oposición del mundo.
Es el mal acariciado en los corazones de los creyentes lo que produce el más grave desastre, y lo que, seguramente, más retardará el progreso de la causa de Dios.
No hay forma más segura para destruir la espiritualidad que abrigar envidia, sospecha, crítica o malicia. Por otro lado, el testimonio más fuerte de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo, es la armonía y unión entre hombres de distintos caracteres que forman su iglesia. . .
Los incrédulos observan para ver si la fe de los profesos cristianos ejerce una influencia santificadora sobre sus vidas; y son prestos para discernir los defectos del carácter y las acciones inconsecuentes. . .
Todos los cristianos son miembros de una familia, hijos del mismo Padre celestial, con la misma esperanza bienaventurada de la inmortalidad. Muy estrecho y tierno debe ser el vínculo que los une. . . "No amemos de palabra", escribe el apóstol, "sino de obra y en verdad" (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 436-440). 358
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvQnidnl6ZCzniWTnmgWgMf
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