2 Sam. 6: 1-11.
Uza extendió su mano al arca de Dios, y la sostuvo; porque los bueyes tropezaban. Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios. (2 Sam. 6: 6, 7).
La suerte de Uza fue un castigo divino por la
violación de un mandamiento muy explícito. Por medio de Moisés el Señor había
dado instrucciones especiales acerca de cómo transportar el arca. Sólo los
sacerdotes, descendientes de Aarón, podían tocarla, o aun mirarla descubierta.
. . Los sacerdotes habían de cubrir el arca, y luego los coatitas debían
levantarla mediante los palos que pasaban por los anillos de cada lado del arca,
y que nunca se quitaban. A los hijos de Gersón y de Merari, que tenían a su
cargo las cortinas y las tablas y los pilares del tabernáculo, Moisés les dio
carretas y bueyes para que transportaran en éstas lo que se les había
encomendado a ellos. "Y a los hijos de Coat no dio; porque llevaban sobre sí
en los hombros el servicio del santuario" (Núm. 7: 9). Así al traer el
arca de Quiriat-jearim se habían pasado por alto en forma directa e inexcusable
las instrucciones del Señor. . .
Los filisteos, que no conocían la ley de Dios,
habían puesto el arca sobre una carreta cuando la devolvieron a Israel, y el
Señor aceptó el esfuerzo que ellos habían hecho. Pero los israelitas tenían en
sus manos una declaración precisa de lo que Dios quería en estos asuntos, y al
descuidar estas instrucciones deshonraban a Dios.
Uza incurrió en la culpa mayor de presunción. Al transgredir la ley de Dios había aminorado su sentido de la santidad de ella, y con sus pecados inconfesos, a pesar de la prohibición divina, había presumido tocar el símbolo de la presencia de Dios.
Dios no puede aceptar una obediencia
parcial ni una conducta negligente con respecto a sus mandamientos. Mediante el castigo infligido a Uza, quiso
hacer comprender a todo Israel cuán importante es dar estricta obediencia a sus
requisitos. Así la muerte de ese solo hombre, al inducir al pueblo a
arrepentirse, había de evitar la necesidad de aplicar castigo a miles
(Patriarcas y Profetas, págs. 763 765). 177
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