2 Sam. 11.
Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
(Efe. 6:12).
La Biblia tiene poco que decir en alabanza de los
hombres. Dedica poco espacio a relatar las virtudes hasta de los mejores
hombres que jamás hayan vivido.
Este silencio no deja de tener su propósito y su
lección. Todas las buenas cualidades que poseen los hombres son dones de Dios;
realizan sus buenas acciones por la gracia de Dios manifestada en Cristo. Como
lo deben todo a Dios, la gloria de cuanto son y hacen le pertenece sólo a él;
ellos no son sino instrumentos en sus manos.
Además, según todas las lecciones de la historia
bíblica, es peligroso alabar o ensalzar a los hombres; pero si uno llega a
perder de vista su total dependencia de Dios, y a confiar en su propia
fortaleza, caerá seguramente. . .
Es imposible que nosotros, con nuestra propia
fortaleza sostengamos el conflicto; y todo lo que aleje a nuestra mente de
Dios, todo lo que induzca al ensalzamiento o a la dependencia de sí, prepara
seguramente nuestra caída. El tenor de la Biblia está destinado a inculcarnos
desconfianza en el poder humano y a fomentar nuestra confianza en el poder
divino.
El espíritu de confianza y ensalzamiento de sí fue
el que preparó la caída de David. La adulación y las sutiles seducciones del
poder y del lujo, no dejaron de tener su efecto sobre él.
También las relaciones con las naciones vecinas
ejercieron en él una influencia maléfica. Según las costumbres que prevalecían
entre los soberanos orientales de aquel entonces, los crímenes que no se
toleraban en los súbditos quedaban impunes cuando se trataba del rey; el
monarca no estaba obligado a ejercer el mismo dominio de sí que el súbdito. Todo
esto tendía a aminorar en David el sentido de la perversidad excesiva del
pecado. Y en vez de confiar humilde en el poder de Dios, comenzó a confiar en
su propia fuerza y sabiduría.
Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de
Dios, la única fuente de fortaleza, procurará despertar los deseos impíos de la
naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es abrupta; al principio
no es repentina ni sorpresivo; consiste en minar secretamente las fortalezas de
los principios (Patriarcas y Profetas, págs. 775, 776). 178
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVv0TqLpoxs-QMolo4klb4mZ
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