Núm. 20: 1-13.
También le irritaron en las aguas de Meriba; y le
fue mal a Moisés por causa de ellos, Porque hicieron rebelar a su espíritu, y
habló precipitadamente con sus labios. (Sal. 106: 32, 33).
Si Moisés y Aarón se hubieran tenido en alta estima
o si hubieran dado rienda suelta a un espíritu apasionado frente a la
amonestación y reprensión divinas, su culpa habría sido mucho mayor. Pero no se
les podía acusar de haber pecado intencionada y deliberadamente; habían sido
vencidos por una tentación repentina, y su contrición fue inmediata y de todo
corazón. El Señor aceptó su arrepentimiento, aun que, a causa del daño que su
pecado pudiera ocasionar entre el pueblo, no podía remitir el castigo. . .
Dios había perdonado al pueblo transgresiones
mayores; pero no podía tratar el pecado de los caudillos como el de los
acaudillados. Había honrado a Moisés por sobre todos los hombres de la tierra.
. . El hecho de que Moisés había gozado de grandes luces y conocimientos, agravaba
tanto más su pecado. La fidelidad de tiempos pasados no expiará una sola mala
acción. Cuanto mayores sean las luces y los privilegios otorgados al hombre,
tanto mayor será su responsabilidad, tanto más graves sus fracasos y faltas, y
tanto mayor su castigo.
Según el juicio humano, Moisés no era culpable de
un gran crimen; su pecado era una falta común. . . Pero si Dios trató tan
severamente este pecado en su siervo más fiel y honrado, no lo disculpará
ciertamente en otros. . . Todos los que profesan la vida piadosa tienen la más
sagrada obligación de guardar su espíritu y de dominarse ante las mayores provocaciones.
Las cargas impuestas a Moisés eran muy grandes; pocos hombres fueron jamás
probados tan severamente como lo fue él; sin embargo, ello no excusó su pecado,
Dios proveyó ampliamente en favor de sus hijos; y si ellos confían en su poder,
nunca serán juguete de las circunstancias. Ni aun las mayores tentaciones
pueden excusar el pecado. Por intensa que sea la presión ejercida sobre el
alma, la transgresión es siempre un acto nuestro.
No puede la tierra ni el infierno obligar a nadie a
que haga el mal. Satanás nos ataca en nuestros puntos débiles, pero no es
preciso que nos venza. Por severo o inesperado que sea el asalto, Dios ha
provisto ayuda para nosotros, y mediante su poder podemos ser vencedores
(Patriarcas y Profetas, pág. 443, 445, 446). 111
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVuUCOpUfXzaq8n4wQXmyR80
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