2 Rey. 2:19-22.
Y saliendo él a los manantiales de las aguas,
echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas y no habrá
más en ellas muerte ni enfermedad. (2 Rey. 2:21).
Al arrojar sal en el manantial amargo, Eliseo
enseñó la lección espiritual que fue impartida siglos más tarde por el Salvador
a sus discípulos cuando declaró: "Vosotros sois la sal de la tierra".
Al mezclarse la sal con las aguas contaminadas del manantial las purificó, y
puso vida y bendición donde antes había habido maldición y muerte.
Cuando Dios compara sus hijos con la sal,
quiere enseñarles que su propósito al hacerlos súbditos de su gracia es que
lleguen a ser agentes para salvar a otros. . .
La sal debe mezclarse con la sustancia a la cual
se añade; debe compenetrarla para conservarla. Así también es por el trato
personal como los hombres son alcanzados por el poder salvador del Evangelio. No
se salvan como muchedumbres, sino individualmente. La influencia personal es un
poder. Debe obrar con la influencia de Cristo. . . y detener el progreso de la
corrupción del mundo. . . Debe elevar y endulzar la vida y el carácter de los
demás por el poder de un ejemplo puro unido con una fe y un amor fervientes...
El arroyo contaminado representa el alma que
está separada de Dios. . . Por medio del pecado, queda desordenado todo el
organismo humano, la mente se pervierte, la imaginación se corrompe; las facultades
del alma se degradan. Hay en el corazón ausencia de religión pura y santidad. El
poder convertidor de Dios no obró para transformar el carácter. . .
El corazón que recibe la palabra de Dios no es
un estanque que se evapora. . . Es como un río que fluye constantemente, y a
medida que avanza se va haciendo más hondo y más ancho, hasta que sus aguas
vivificantes se extienden por toda la tierra. . . Así también sucede con el
verdadero hijo de Dios. la religión de Cristo se revela como principio
vivificante, como una energía espiritual viva y activa que lo compenetra todo. Cuando
el corazón se abre a la influencia celestial de la verdad y del amor, estos
principios vuelven a fluir como arroyos en el desierto, y hacen fructificar lo
que antes parecía árido y sin vida (Profetas y Reyes, págs. 173-176). 225
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVuaBfeL-S2CDJEXjK4GLNC5
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