Isa. 6:1-10.
Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién
enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a
mí. (Isa. 6:8).
Fue en circunstancias difíciles y desalentadoras
cuando Isaías, aún joven, fue llamado a la misión profética. El desastre
amenazaba a su país. Por haber transgredido la ley de Dios, los habitantes de
Judá habían perdido todo derecho a su protección, y las fuerzas asirias estaban
por subir contra el reino de Judá. Pero el peligro de sus enemigos no era la
mayor dificultad.
Era la perversidad del pueblo lo que asumía al
siervo del Señor en el más profundo desaliento. Por su apostasía y rebelión,
dicho pueblo estaba atrayendo sobre si los juicios de Dios.
El joven profeta había sido llamado a darle un
mensaje de amonestación, y sabía que encontraría una resistencia obstinada. . .
Su tarea le parecía casi desesperada. . .
Tales eran los pensamientos que se agolpaban en su
mente mientras estaba debajo del pórtico del santo templo. De repente, la
puerta y el velo interior del templo parecieron alzarse o retraerse, y se le
permitió mirar adentro, al lugar santísimo, donde ni siquiera los pies del
profeta podían penetrar. Se alzó delante
de él una visión de Jehová sentado sobre un trono alto y elevado, mientras que
su séquito llenaba el templo. A cada lado del trono se cernían los serafines,
que volaban con dos alas, mientras que con otras dos velaban su rostro en
adoración, y con otras dos cubrían sus pies. . .
Nunca antes había comprendido Isaías la grandeza de
Jehová o su perfecta santidad; y le parecía que debido a su fragilidad e
indignidad humanas debía perecer en aquella presencia divina. "¡Ay de mí!
exclamó que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios y habitando en
medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de
los ejércitos".
Pero se le acercó un serafín con el fin de hacerle
idóneo para su gran misión. Un carbón ardiente del altar tocó sus labios
mientras se le dirigían las palabras: "He aquí que esto tocó tus labios, y
es quitada tu culpa, y limpio tu pecado". Y cuando se oyó la voz de Dios
que decía: "¿A quién enviaré, y quién nos irá?" Isaías respondió con
plena confianza: "Heme aquí, envíame a mi". . . El profeta había sido
fortalecido para la obra que tenía delante de sí (Joyas de los Testimonios,
tomo 2, págs. 348, 349). 233
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVsDXhHjCJumV5EKFFSS3Irh
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