Gén. 11: 1-9.
Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. (Gén. 11:4).
Durante algún tiempo, los descendientes de Noé continuaron habitando en las montañas donde el arca se había detenido. A medida que se multiplicaron, la apostasía no tardó en causar división entre ellos. Los que deseaban olvidar a su Creador y desechar las restricciones de su ley, tenían por constante molestia las enseñanzas y el ejemplo de sus piadosos compañeros; y después de un tiempo decidieron separarse de los que adoraban a Dios.
Para lograr su fin, emigraron a la llanura de Sinar, que estaba a orillas del río Éufrates... Decidieron construir allí una ciudad, y en ella una torre de tan estupenda altura que fuera la maravilla del mundo. . .
Los moradores de la llanura de Sinar no creyeron en el pacto de Dios que prometía no traer otro diluvio sobre la tierra. Muchos de ellos negaban la existencia de Dios, y atribuían el diluvio a la acción de causas naturales.
Otros creían en un Ser supremo, que había destruido el mundo antediluviano; y sus corazones, como el de Caín, se rebelaban contra él. Uno de sus fines, al construir la torre, fue el de alcanzar seguridad si ocurría otro diluvio. Creyeron que, construyendo la torre hasta una altura mucho más elevada que la que habían alcanzado las aguas del diluvio, se hallarían fuera de toda posibilidad de peligro. Y al poder ascender a la región de las nubes, esperaban descubrir la causa del diluvio (Patriarcas y Profetas, págs. 111, 112).
Hay constructores de torres en nuestros días. Los incrédulos formulan sus teorías sobre supuestas deducciones de la ciencia, y rechazan la palabra revelada de Dios. . . En el mundo que profesa ser cristiano, muchos se alejan de las claras enseñanzas de la Sagrada Escritura y construyen un credo fundado en especulaciones humanas y fábulas agradables; y señalan su torre como una manera de subir al cielo. . .
El tiempo de la investigación de Dios ha llegado. El Altísimo descenderá para ver lo que los hijos de los hombres han construido. Su poder soberano se revelará; las obras del orgullo humano serán abatidas. (Patriarcas y Profetas, págs. 115, 116). 43
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