Gén. 19: 19, 29.
Acordaos de la mujer de Lot. (Luc. 17: 32).
Una de las personas fugitivas se atrevió a mirar
hacia atrás, hacia la ciudad condenada, y se convirtió en monumento del juicio
de Dios. Si Lot mismo no hubiese vacilado en obedecer a la advertencia del
ángel, y si hubiese huido con prontitud hacia las montañas, sin una palabra de
súplica ni de protesta, su esposa también habría podido escapar. La influencia
del ejemplo de él la habría salvado del pecado que selló su condenación. Pero
la vacilación y la tardanza de él la indujeron a ella a considerar livianamente
la amonestación divina. Mientras su cuerpo estaba en la llanura, su corazón se
asia de Sodoma, y con Sodoma pereció. Se
rebeló contra Dios porque sus juicios arrastraban a sus hijos y sus bienes a la
ruina. Aunque fue muy favorecida al ser llamada a que saliera de la ciudad
impía, creyó que se la trataba duramente, porque tenía que dejar para ser
destruidas las riquezas que habían acumulado con el trabajo de muchos años. En
vez de aceptar la salvación con gratitud, miró hacia atrás presuntuosamente
deseando la vida de los que habían despreciado la advertencia divina. Su pecado
mostró que no era digna de la vida, por cuya conservación sentía tan poca
gratitud.
Debiéramos guardarnos de tratar tan ligeramente las
benignas medidas que Dios toma para nuestra salvación. Hay cristianos que
dicen: "No me interesa ser salvo, si mi esposa y mis hijos no se salvan
conmigo". Les parece que sin la presencia de los que le son tan queridos,
el cielo no sería el cielo para ellos. Pero, al albergar tales sentimientos, ¿tienen
un concepto justo de su propia relación con Dios, en vista de su gran bondad y
misericordia hacia ellos? ¿Han olvidado que están obligados por los lazos más
fuertes del amor, del honor y de la fidelidad a servir a su Creador y Salvador?
Las invitaciones de la misericordia se dirigen a todos; y porque nuestros
amigos rechazan el implorante amor del Salvador, ¿hemos de apartarnos también nosotros?
La redención del alma es preciosa. Cristo pagó un precio infinito por nuestra
salvación, y porque otros la desechen, ninguna persona que aprecie el valor de
este gran sacrificio, o el valor del alma, despreciará la misericordia de Dios
(Patriarcas y Profetas, págs. 158, 159). 55
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