domingo, 21 de febrero de 2021

22. “NO OCULTES TU RELIGIÓN” (ABRAHAM) II. CONFLICTO Y VALOR (EGW).

Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo. (Fil. 2: 15).

Abraham fue honrado por los pueblos circunvecinos como un príncipe poderoso y un caudillo sabio y capaz. No dejó de ejercer su influencia entre sus vecinos. Su vida y su carácter, en contraste con la vida y el carácter de los idólatras, ejercían una influencia notable en favor de la verdadera fe. Su fidelidad hacia Dios fue inquebrantable, en tanto que su afabilidad y benevolencia inspiraban confianza y amistad, y su grandeza sin afectación imponía respeto y honra.

No Retuvo Su Religión como un tesoro precioso que debía guardarse celosamente y pertenecer exclusivamente a su poseedor. La verdadera religión no puede considerarse así, pues un espíritu tal sería contrario a los principios del Evangelio.  Mientras Cristo more en el corazón, será imposible esconder la luz de su presencia, u oscurecerla. Por el contrario, brillará cada vez más a medida que día tras día las nieblas del egoísmo y del pecado que envuelven el alma sean disipadas por los brillantes rayos del Sol de justicia.

Los hijos de Dios son sus representantes en la tierra y él quiere que sean luces en medio de las tinieblas morales de este mundo. Esparcidos por todos los ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades y aldeas, son testigos de Dios, los medios por los cuales él ha de comunicar a un mundo incrédulo el conocimiento de su voluntad y las maravillas de su gracia. Él se propone que todos los que participan de la gran salvación sean sus misioneros.

La piedad de los cristianos constituye la norma mediante la cual los infieles juzgan al Evangelio. Las Pruebas Soportadas Pacientemente, Las Bendiciones Recibidas Con Gratitud, La Mansedumbre, La Bondad, La Misericordia Y El Amor manifestados habitualmente, son las luces que brillan en el carácter ante el mundo, y ponen de manifiesto el contraste que existe con las tinieblas que proceden del egoísmo del corazón natural (Patriarcas y Profetas, págs. 127, 128). 60

 

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