Gén. 12: 10-20.
No consintió que nadie los agraviase, y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas. (Sal. 105: 14, 15).
Es mediante pruebas estrictas y reveladoras como Dios disciplina a sus siervos. El ve que algunos tienen aptitudes que pueden usarse en el progreso de su obra, y los somete a pruebas. En su providencia, los coloca en situaciones que prueban su carácter, y revelan defectos y debilidades que estaban ocultos para ellos mismos. Les da la oportunidad de corregir estos defectos, y de prepararse para su servicio. Les muestra sus propias debilidades, y les enseña a depender de él; pues él es su única ayuda y salvaguardia. Así se alcanza su propósito. Son educados, adiestrados, disciplinados y preparados para cumplir el gran propósito para el cual recibieron sus capacidades. . .
Durante su estada en Egipto, Abraham dio evidencias de que no estaba libre de la imperfección y la debilidad humanas. Al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente manifestados en su vida. . . Razonó que no mentía al presentar a Sara como su hermana; pues ella era hija de su padre, aunque no de su madre. Pero este ocultamiento de la verdadera relación que existía entre ellos era un engaño. Ningún desvío de la estricta integridad puede merecer la aprobación de Dios. A causa de la falta de fe de Abraham, Sara se vio en gran peligro. El rey de Egipto, habiendo oído hablar de su belleza, la hizo llevar a su palacio, pensando hacerla su esposa. Pero el Señor, en su gran misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la familia real...
La amonestación dada a Faraón resultó ser una protección para Abraham en sus relaciones futuras con los pueblos paganos; pues el asunto no pudo conservarse en secreto. Era evidente que el Dios a quien Abrahán adoraba protegía a su siervo, y que cualquier daño que se le hiciese sería vengado. Es asunto peligroso dañar a uno de los hijos del Rey del cielo (Patriarcas y Profetas, págs. 122-124). 47
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