Gén. 35: 27-29.
El Que Cree En El Hijo Tiene Vida Eterna; Pero El
Que Desobedece Al Hijo No Verá La Vida, Sino Que La Ira De Dios Está Sobre Él.
(Juan 3: 36).
JACOB Y ESAÚ se encontraron junto al lecho de
muerte de su padre. En otro tiempo, el hijo mayor había esperado este
acontecimiento como una ocasión para vengarse; pero desde entonces sus
sentimientos habían cambiado considerablemente. Y Jacob, muy contento con las
bendiciones espirituales de la primogenitura, renunció en favor de su hermano
mayor a la herencia de las riquezas del padre, la única herencia que Esaú había
buscado y valorado...
ESAÚ Y JACOB habían sido instruidos igualmente en el conocimiento de Dios, y los dos pudieron andar según sus mandamientos y recibir su favor; pero no hicieron la misma elección. Tomaron diferentes caminos, y sus sendas se habían de apartar cada vez más una de otra. No hubo una elección arbitraria de parte de Dios, por la cual Esaú fuera excluido de las bendiciones de la salvación. Los dones de su gracia mediante Cristo son gratuitos para todos. No hay elección, excepto la propia, por la cual alguien haya de perecer. . .
Es elegida toda alma que labre su propia salvación con temor y temblor. Es elegido el que se ponga la armadura y pelee la buena batalla de la fe. Es elegido el que vele en oración, el que escudriñe las Escrituras, y huya de la tentación. Es elegido el que tenga fe continuamente, y el que obedezca a cada palabra que sale de la boca de Dios. Las medidas tomadas para la redención se ofrecen gratuitamente a todos, pero los resultados de la redención serán únicamente para los que hayan cumplido las condiciones.
ESAÚ había menospreciado las bendiciones del pacto. Había preferido los bienes temporales a los espirituales, y obtuvo lo que deseaba. Se separó del pueblo de Dios por su propia elección.
JACOB había elegido la herencia de la fe. Había
tratado de lograrla mediante la astucia, la traición y el engaño; pero Dios
permitió que su pecado produjera su corrección...
Los elementos más bajos de su carácter habían sido
consumidos en la hornaza, y el oro verdadero se purificó, hasta que la fe de
Abraham e Isaac apareció en Jacob con toda nitidez (Patriarcas y Profetas,
págs. 206-208). 72
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