Neh. 2:9-20.
Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había
sido buena sobre mí. . . Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron
sus manos para bien. (Neh. 2:18).
Con corazón dolorido. . . [Nehemías] miró las
defensas arruinadas de su amada Jerusalén. ¿Y no es ésta la condición en que
los ángeles del cielo ven a la iglesia de Cristo?
Como los moradores de Jerusalén, nos acostumbramos
a males existentes y a menudo nos conformamos y no hacemos ningún esfuerzo para
remediarlos. Pero, ¿cómo son considerados esos males por los seres divinamente
iluminados? ¿No miran ellos, como Nehemías, con corazón apesadumbrado los muros
arruinados y las puertas quemadas con fuego? (SDA Bible Commentary, tomo 3, pág. 1136).
Nehemías había traído un mandato real que requería
a los habitantes que cooperasen con él en la reedificación de los muros de la ciudad;
pero no confiaba en el ejercicio de la autoridad y procuró más bien ganar la
confianza y simpatía del pueblo, porque sabía que la unión de los corazones
tanto como la de las manos era esencial para la gran obra que le aguardaba
(Profetas y Reyes, pág. 470).
Hay necesidad de [muchos] Nehemías en la iglesia hoy: hombres que puedan no sólo orar y predicar, sino hombres cuyas oraciones y sermones estén corroborados por un propósito firme y anhelante. . . El éxito que acompañó los esfuerzos de Nehemías muestra lo que la oración, la fe y la acción enérgica y sabia pueden llevar a cabo. . .
El espíritu manifestado por
el dirigente será reflejado en gran medida por el pueblo.
Si los dirigentes que profesan creer las verdades
solemnes e importantes que van a probar al mundo en esta época no manifiestan
ardiente celo en preparar a un pueblo para que permanezca firme en el día de
Dios, debemos esperar una iglesia descuidada, indolente y amante de los
placeres (3SDA Bible Commentary, 1137).
Nehemías era un reformador, un gran hombre suscitado
para una ocasión importante. Cuando entró en contacto con el mal y toda clase
de oposición, surgieron un nuevo ánimo y un celo renovado. Su energía y
determinación inspiraron al pueblo de Jerusalén; la fuerza y el valor tomaron
el lugar de la debilidad y del desaliento.
Su santo propósito, su elevada esperanza, su jovial
consagración al trabajo, eran contagiosos. El pueblo se contagió del entusiasmo
de su dirigente: en su esfera, cada hombre se convirtió en un Nehemías y ayudó
a fortalecer la mano y el corazón de su vecino (Ibid.). 265
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVswLr4ZSa1m-evMmN8QvZQo
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