Mat. 3:1-12.
He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo. (Juan 1:29, úp).
Durante un tiempo la influencia del Bautista
sobre la nación había sido mayor que la de sus gobernantes, sacerdotes o
príncipes. Si hubiese declarado que era el Mesías y encabezado una rebelión
contra Roma, los sacerdotes y el pueblo se habrían agolpado alrededor de su
estandarte.
Satanás había estado listo para asediar a Juan
el Bautista con toda consideración halagadora para la ambición de los
conquistadores del mundo.
Pero, frente a las evidencias que tenía de su
poder, había rechazado constantemente esta
magnífica seducción. Había dirigido hacia otro la atención que se fijaba en él.
Ahora veía que el flujo de la popularidad se apartaba de él para dirigirse al
Salvador. Día tras día, disminuían las muchedumbres que le rodeaban. . .
Los discípulos de Juan vinieron a él. . .
diciendo: "Rabí, el que estaba contigo de la otra parte del Jordán, del
cual tú diste testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen a él". Con
estas palabras, Satanás presentó una tentación a Juan. Aunque la misión de
Juan parecía estar a punto de terminar, le era todavía posible estorbar la obra
de Cristo. Si hubiese simpatizado consigo mismo y expresado pesar o desilusión
por ser superado, habría sembrado semillas de disensión que habrían estimulado
la envidia y los celos, y habría impedido gravemente el progreso del Evangelio.
Juan tenía por naturaleza los defectos y las
debilidades comunes a la humanidad, pero el toque de amor divino le había
transformado. Moraba en una atmósfera que no estaba contaminada por el egoísmo
y la ambición, y lejos de las miasmas de los celos. . . Tenía el gozo de
presenciar el éxito de la obra del Salvador. . .
Mirando con fe al Redentor, Juan se elevó a la
altura de la abnegación. No trató de atraer a los hombres a sí mismo, sino de
elevar sus pensamientos siempre más alto hasta que se fijasen en el Cordero de
Dios. El mismo había sido tan sólo una voz, un clamor en el desierto. Ahora
aceptaba con gozo el silencio y la oscuridad a fin de que los ojos de todos
pudiesen dirigirse a la Luz de la vida.
“Los que son fieles a su vocación como mensajeros de Dios no buscarán honra para sí mismos. El amor del yo desaparecerá en el amor por Cristo” (DTG, págs. 150, 151).
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVtT21nhSgD_Z_FAGjKRFGfN
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