1 Sam. 1: 19-28.
Yo, pues, lo dedico también a Jehová. (1 Sam. 1:
28).
De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en
Ramataim, dejando al niño Samuel para que, bajo la instrucción del sumo
sacerdote, se le educase en el servicio de la casa de Dios. Desde que el niño
diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había enseñado a amar
y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como del Señor. Por medio de
todos los objetos familiares que le rodeaban, ella había tratado de dirigir sus
pensamientos hacia el Creador. Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud
de la madre fiel por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella.
Todos los años le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y
cuando subía a Silo a adorar con su marido, entregaba al niño ese recordatorio
de su amor. Mientras la madre tejía cada una de las fibras de la pequeña prenda
rogaba a Dios que su hijo fuese puro, noble y leal. No pedía para él grandeza
terrenal, sino que solicitaba fervorosamente que pudiese alcanzar la grandeza
que el Cielo aprecia, que honrara a Dios y beneficiara a sus conciudadanos.
¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y cuánto
alienta a ser fiel el ejemplo de ella!
A toda madre se le confían oportunidades de valor
inestimable e intereses infinitamente valiosos. El humilde conjunto de deberes
que las mujeres han llegado a considerar como una tarea tediosa debiera ser
mirado como una obra noble y grandiosa. La madre tiene el privilegio de
beneficiar al mundo por su influencia, y al hacerlo impartirá gozo a su propio
corazón. A través de luces y sombras, puede trazar sendas rectas para los pies
de sus hijos, que los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero sólo
cuando ella procura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de
Cristo, puede la madre tener la esperanza de formar el carácter de sus niños de
acuerdo con el modelo divino.
El mundo rebosa de influencias corruptoras. Las
modas y las costumbres ejercen sobre los jóvenes una influencia poderosa. Si la
madre no cumple su deber de instruir, guiar y refrenar a sus hijos, éstos
aceptarán naturalmente lo malo y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las
madres a menudo a su Salvador con la oración: "¿Qué orden se tendrá con el
niño, y qué ha de hacer?" Cumpla ella las instrucciones que Dios dio en su
Palabra, y le dará sabiduría a medida que la necesite (Patriarcas y Profetas,
págs. 617, 618). 139
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvwDztQ-Q1mSwzU_dN-yFWM
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