Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, y no
dejes la enseñanza de tu madre. (Prov. 6: 20).
Los hijos serán en gran medida lo que sean sus
padres. Las condiciones físicas de éstos, sus disposiciones y apetitos, sus
aptitudes intelectuales y morales, se reproducen, en mayor o menor grado en sus
hijos.
Cuanto más nobles sean los propósitos que animen a
los padres, cuanto más elevadas sus dotes intelectuales y morales, cuanto más
desarrolladas sus facultades físicas, mejor será el equipo que para la vida den
a sus hijos. Cultivando en sí mismos las mejores prendas, los padres influyen
en la formación de la sociedad de mañana y en el ennoblecimiento de las futuras
generaciones.
Los padres y las madres deben comprender su
responsabilidad. El mundo está lleno de trampas para los jóvenes. . . No pueden
discernir los peligros ocultos o el fin temible de la senda que a ellos les
parece camino de la felicidad. . .
Deben preparar al niño desde antes de su nacimiento para predisponerlo a pelear con éxito las batallas contra el mal. . . Esta responsabilidad recae principalmente sobre la madre, que con su sangre vital nutre al niño y forma su armazón física, le comunica también influencias intelectuales y espirituales que tienden a formar la inteligencia y el carácter. . .
Ana, la mujer que oraba, abnegada y movida por la
inspiración celestial, dio a luz a Samuel, el niño instruido por el Cielo, el
juez incorruptible, el fundador de las escuelas sagradas de Israel (El
Ministerio de Curación, págs. 287, 288).
Ojalá cada madre pudiera comprender cuán grandes
son sus deberes y sus responsabilidades, y cuán grande será la recompensa de su
fidelidad.
La influencia diaria de la madre sobre sus hijos
los prepara para la vida o la muerte eterna. La madre ejerce en su hogar un
poder más decisivo que el ministro en el púlpito, o el rey en su trono (SDA
Bible Commentary, tomo 2, págs. 1008, 1009). 140
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvwDztQ-Q1mSwzU_dN-yFWM
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